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Por Niels Rivas, niels.rivas@uai.cl

Cuando Marcel Duchamp, en 1917, envió su famosa “Fuente” a la Sociedad de Artistas Independientes para que fuese incluida en su exposición anual, seguramente no imaginó que a partir de ese momento el arte cambiaría para siempre. La palabra belleza jamás volvería a ser la misma; el concepto de autor se vería radicalmente trastocado; lo que tradicionalmente se había entendido por originalidad adquirió sentidos desconcertantes e inéditos. El gesto trasgresor de Duchamp marcó un hito que abriría las compuertas del arte, dando paso a impensables transformaciones que en corto tiempo generaron una infinidad de expresiones artísticas, las que por cierto solo pudieron surgir después de Duchamp, después de la intempestiva irrupción de su “Fuente”.

He recordado lo que pasó en el ámbito artístico en 1917 porque no me parece aventurado juzgar que hoy, producto de la vertiginosa aparición de la Inteligencia Artificial, estamos viviendo una situación similar en el plano de la educación. La IA llegó para trastornar todas las palabras fundamentales que tradicionalmente se han asociado a los procesos de enseñanza y aprendizaje. Cuando un software es capaz de recrear el estilo y la imaginación de Shakespeare o de simular una certera argumentación de Darwin frente a la crisis del cambio climático, las palabras conocimiento, lenguaje, información, por mencionar algunas, ya no pueden seguir siendo las mismas. Si la IA puede entregarnos instantáneamente una completa síntesis de un texto clásico que deben leer nuestros estudiantes, sumado a un diálogo ficticio entre el autor de la obra y otros escritores o filósofos con quienes aquel tuvo una reconocida afinidad o discrepancia, no podemos seguir concibiendo de la misma manera el significado de la enseñanza ni del aprendizaje. ¿Qué significa, hoy, saber algo?, ¿qué significa entender?, ¿qué significan las palabras crear y copiar?, ¿qué significarán en poco tiempo más?

Octavio Paz advirtió que todo periodo de crisis se inicia con una crítica del lenguaje. “No sabemos en dónde empieza el mal -sostiene- si en las palabras o en las cosas, pero cuando los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro” [1]. No podemos saber adónde nos está conduciendo la IA; el piso sobre el cual nos movemos profesores y estudiantes se ha vuelto resbaladizo: ¿se puede -por ejemplo- seguir aplicando los mismos métodos de evaluación?, ¿tiene sentido mantener la escritura de ensayos?, ¿tiene sentido, después de la IA, después de Chat GPT, defender esa tradicional herramienta pedagógica y tratar de blindarla contra la inutilidad y el plagio? No podemos responder ahora estas preguntas. Ni entender cabalmente las transformaciones que se están desarrollando en todos los ámbitos de la educación. Lo que sí parece estar a nuestro alcance, sin embargo, es examinar la metamorfosis de algunas palabras clave: conocimiento, formación, aprendizaje; abrir al máximo nuestros ojos para tratar de identificar sus veloces y múltiples desplazamientos. Y a partir de ese ejercicio, forjar las convicciones necesarias para sustentar nuevas formas de comprensión y acción en el ámbito educativo.

La formación en Artes liberales juega un rol fundamental en este escenario. No por entregarnos las respuestas que desearíamos encontrar, sobra decirlo. Sino porque este tipo de formación pone en un lugar central la capacidad de lidiar intelectualmente con lo indeterminado. ¿En qué consiste el bien humano?, ¿qué es lo justo?, ¿cuál es la naturaleza de la verdad?, ¿cuáles son los contornos del amor o de la ira? Preguntas como estas se encuentran en el corazón de las Artes Liberales. La imposibilidad de responderlas cabalmente jamás ha sido un obstáculo sino un acicate para la filosofía, la literatura o la historia. Lo propio de estas disciplinas es, precisamente, el examen de lo que no se deja reducir a fórmulas ni a soluciones definitivas. La IA, con todas sus implicancias éticas, sociales y políticas ha ingresado en el campo de lo humano para añadir un nuevo y poderoso ámbito de indeterminación. Lejos de mirarlo con desconfianza o miedo, las Artes Liberales están naturalmente llamadas a abrazarlo como un valioso objeto de reflexión. A fin de cuentas, como ocurrió en el arte en 1917, grandes conmociones dan origen a grandes frutos. Será necesario, por cierto, aguzar la mirada y el razonamiento para reconocerlos a tiempo.

 


 

[1] El arco y la lira, en Obras Completas I. Galaxia Gutenberg, círculo de lectores, 1999, pág.58.