El auge de los nacionalismos, la diáspora masiva de refugiados, el asedio de noticias falsas en los medios de comunicación, los desafíos del cambio climático entre otros factores amenazan con socavar los valores democráticos de los estados contemporáneos. Aun así, en las últimas décadas hemos sido testigos de avances significativos que han consolidado a América Latina y el Caribe como regiones con un alto potencial de crecimiento en términos económicos, sociales y culturales.

A fin de superar los obstáculos que aún tenemos por delante —desigualdad, falta de infraestructura, bajo acceso a la educación y servicios básicos, …etc.—, es necesario que nuestros países cuenten con ciudadanos críticos y comprometidos que sean capaces de analizar y plantear soluciones a retos comunes empleando diferentes perspectivas. Las necesidades de un mundo en constante cambio no se pueden responder desde una sola disciplina. Han, pues, de integrarse varias ramas del saber, desde la ciencia y la tecnología hasta las humanidades y las ciencias sociales.

Es este el objetivo de una educación superior inspirada en las artes liberales. En el Medioevo, se denominó ‘artes liberales’ a las ramas del conocimiento enseñadas en los primeros centros de enseñanza superior: gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música. Esta formación fuertemente ligada con el pasado de la Antigüedad clásica, suponía que estos conocimientos desarrollaran la virtud haciendo de los individuos participantes valiosos de la vida pública.  En el mismo espíritu, la educación en artes liberales pretende complementar los currículos técnico y profesionales con el ánimo de lograr una formación comprensiva  que fomenta todas las esferas y capacidades humanas.